LAHIRI MAHASAYA 1828 – 1895

 

Lahiri Mahasaya nació en una piadosa familia de brahmines de antiguo linaje, el 30 de Septiembre de 1828. Su lugar de nacimiento fue el pueblo de Ghruni, en la región Nadia, cerca de Krishnagar, Bengala. Fue el hijo más joven de Muktakashi, la segunda esposa del estimado Gaur Mohan Lahiri. (Su primera esposa murió, después de tener tres hijos, en una peregrinación). La madre del chico falleció en su niñez; se sabe poco sobre ella, exceptuando el hecho revelador de que era una fervorosa devota del Señor Shiva, denominado en las escrituras el “Rey de los Yoguis”.

El niño Lahiri, al que se le dio el nombre de Shyama Charan, pasó sus primeros años en la casa ancestral en Nadia. A la edad de tres o cuatro años se le veía con frecuencia sentado bajo la arena en la postura de un yogui, con el cuerpo totalmente oculto, salvo la cabeza.

La propiedad de Lahiri fue destruida en el invierno de 1833, cuando el cercano Río Jalangi cambió su curso y desapareció en las profundidades del Ganges. El río se llevó uno de los templos de Shiva fundado por los Lahiris, junto con la casa familiar. Un devoto rescató la imagen del Señor Shiva de las arremolinadas aguas y la situó en un nuevo templo, ahora muy conocido como el Ghurni Shiva Site.

Gaur Mohan Lahiri y su familia dejaron Nadia y establecieron su residencia en Benarés, donde el padre erigió inmediatamente un templo a Shiva. Guió a su familia en la línea de la disciplina védica, con la observancia regular de las ceremonias de culto, obras de caridad y estudio de las escrituras. No obstante, como persona de amplias miras, no ignoró los beneficios de las ideas modernas.

En Benarés, el niño Lahiri tomó lecciones, en grupo, de Hindi y Urdu. Asistió al colegio dirigido por Joy Narayan Ghosal, recibiendo instrucción en sánscrito, bengalí, francés e inglés. Se aplicó en el estudio profundo de los Vedas y siguió con entusiasmo debates sobre las escrituras de doctos brahmanes, incluyendo a un pundit Marhatta llamado Nag-Bhatta.
Shyama Charan fue un joven cariñoso, amable y valiente, querido por todos sus compañeros. De cuerpo bien proporcionado, fuerte y lleno de vida, sobresalió en natación y muchas actividades de destreza.

En 1846 Shyama Charan Lahiri se casó con Srimati Kashi Moni, hija de Sri Debnarayan Sanyal. Modelo de ama de casa india, Kashi Moni realizaba alegremente sus tareas del hogar y la obligación tradicional, como cabeza de familia, de servir a los invitados y a los pobres. Dos hijos santos, Tincouri y Ducouri, bendijeron la unión.

En 1851, a la edad de 23 años, Lahiri Mahasaya pasó a ocupar el puesto de contable en el Departamento de Ingeniería Militar del gobierno inglés. Durante sus años de servicio obtuvo muchos ascensos. Así pues, no sólo fue un maestro a los ojos de Dios, sino que también tuvo éxito en el pequeño drama humano, donde representó el papel que le correspondió como funcionario que trabajaba en el mundo.

A medida que cambiaban los cargos del Army Department, Lahiri Mahasaya fue transladado a Gazipur, Mirjapur, Danapur, Naini Tal, Benarés y otras localidades. A la muerte de su padre, Lahiri tuvo que asumir toda la responsabilidad de la familia, para quienes compró una tranquila resiendencia en el barrio Garudeswar Mohulla de Benarés.

A los treinta y tres años, Lahiri vio realizado el objetivo por el que se había encarnado en la tierra. El rescoldo que había ardido lentamente durante tanto tiempo, recibió la oportunidad de inflamarse en una llama. Un decreto divino, que reposa apartado a la mirada de los seres humanos, opera misteriosamente para que todo se manifieste a su debido tiempo. Encontró a su gran gurú Babaji cerca de Ranikhet y fue iniciado por él en Kriya Yoga.

Este momento feliz no ocurrió sólo para él; fue un momento prometedor para todo el género humano, muchos de cuyos miembros tuvieron más tarde el privilegio del regalo de Kriya que despierta el alma. El más elevado arte del yoga, perdido, o largamente desaparecido, fue traído de nuevo a la luz. Los hombres y mujeres espiritualmente sedientos encontraron por fin su camino hacia las frescas aguas del Kriya Yoga. Tal como en la leyenda hindú la Madre Ganges ofrece su trago divino a Bhagirath, el devoto muerto de sed, así el celestial torrente de Kriya se precipitó desde lo más recóndito del Himalaya a los polvorientos lugares frecuentados por los hombres.

Desconocido para la sociedad en general, un gran renacimiento espiritual comenzó a fluir desde un remoto rincón de Benarés. Así como la fragancia de las flores no puede ocultarse, así Lahiri Mahasaya, viviendo tranquilamente como un cabeza de familia ideal, no pudo esconder su gloria innata. Poco a poco, de todos los lugares de la India, las abejas-devotos buscaron el divino néctar del maestro liberado.

Día tras día, uno o dos devotos suplicaban al sublime gurú que los iniciara en Kriya. Además de sus deberes espirituales y de su vida de trabajo y familia, el gran maestro se interesó con entusiasmo por la educación. Organizó muchos grupos de estudio y tomó parte activa en la creación de una gran escuela de educación secundaria en la zona Bengalí de Benarés. Sus conferencias regulares sobre las escrituras, pasaron a llamarse “Asamblea del Gita”, a la que acudían con ilusión muchos buscadores sinceros.

Por medio de estas múltiples actividades, Lahiri Mahasaya trataba de responder al desafío general: “Después de cumplir los deberes sociales y de trabajo, ¿qué tiempo queda para la meditación devocional?”. La armoniosa y equilibrada vida del gran gurú-cabeza de familia, se convirtió en una silenciosa inspiración para miles de corazones que buscaban respuesta. Ganando tan sólo un salario modesto, frugal, sin ostentación, accesible a todos, el maestro seguía feliz y con naturalidad el camino de la vida mundana.

Aunque instalado en el asiento del Uno Supremo, Lahiri Mahasaya mostraba reverencia por todos los hombres, sin tener en cuenta lo discrepante de sus méritos. Cuando sus devotos le saludaban, él a su vez se inclinaba ante ellos. Con una humildad infantil, con frecuencia el maestro tocaba los pies de los demás, sin embargo raramente permitía que ellos le concedieran el mismo honor, a pesar de que tal obediencia hacia el gurú es una antigua costumbre oriental.

Un hecho significativo en la vida de Lahiri Mahasaya, fue el conceder la iniciación en Kriya a quienes tuvieran auténtica fe. Entre sus discípulos más destacados había no sólo hindúes, sino también musulmanes y cristianos. Monistas y dualistas, gentes de todas las creencias o sin ninguna, fueron recibidos e instruidos imparcialmente por el universal gurú. Uno de sus chelas más avanzados fue Abdul Gufoor Khan, un musulmán. Una muestra del gran valor de Lahiri Mahasaya fue que, si bien pertenecía a una elevada casta de bramines, hizo cuanto pudo por disolver las rígidas e intolerantes castas de su tiempo. Personas de todas las clases sociales encontraron refugio bajo las alas del omnipresente maestro. Como todos los profetas inspirados por Dios, Lahiri Mahasaya dio nueva esperanza a los parias y oprimidos de la sociedad.

Los discípulos que estaban lejos de Lahiri Mahasaya tenían constancia a menudo de su estrecha presencia. “Estoy siempre con quienes practican Kriya”, decía consoladoramente a los chelas que no podían estar cerca de él. “Te guiaré al Hogar Cósmico gracias a la expansión de tus percepciones”.

Lahiri Mahasaya organizó cuidadosamente Kriya en cuatro iniciaciones progresivas. Ofrecía las tres técnicas más elevadas sólo cuando el discípulo había demostrado un claro progreso espiritual.

Aunque el maestro no adoptó el sistema moderno de predicación por medio de una organización o del papel impreso, sabía que el poder de su mensaje crecería como una inundación irresistible, anegando con su propia fuerza las riberas de la mente humana. Las vidas transformadas y purificadas de sus devotos eran una garantía de la vitalidad inmortal de Kriya.
En 1886, veinticinco años después de su iniciación en Ranikhet, Lahiri Mahasaya se jubiló. Al disponer del día completo, sus discípulos le buscaron en número siempre creciente. Ahora el gran gurú se sentaba en silencio la mayor parte del tiempo, inmóvil en la tranquila postura de loto. Apenas dejaba su pequeña sala, ni siquiera para dar un paseo o para visitar otras partes de la casa. Una silenciosa corriente de chelas llegaba, casi sin descanso, para un darshan (visión sagrada) del gurú.

Así como Babaji se encuentra entre los más grandes avatares, es un Mahavatar, y Sri Yukteswar un Jnanavatar o Encarnación de la Sabiduría, así Lahiri Mahasaya puede ser llamado con justicia Yogavatar o Encarnación del Yoga. Según los principios del bien, tanto cualitativo como cuantitativo, él elevó el nivel espiritual de la sociedad. Lahiri Mahasaya figura entre los salvadores de la humanidad, tanto por su poder para elevar a sus discípulos cercanos a la estatura de Cristo, como por su amplia difusión de la verdad entre las masas.

Su singularidad como profeta reside en el hincapié práctico que hizo sobre un método claro, Kriya, abriendo por primera vez las puertas del yoga liberador a todos los hombres. Aparte de los milagros de su propia vida, sin duda el Yogavatar alcanzó el cenit de todas las maravillas al reducir las antiguas complejidades del yoga a una simplicidad efectiva, asequible a la comprensión ordinaria.

¡Nueva esperanza para hombres nuevos! “La unión divina”, afirmaba el Yogavatar, “es posible gracias al esfuerzo personal y no depende de creencias teológicas o de la arbitraria voluntad de un Dictador Cósmico”.
Utilizando la llave de Kriya, personas que no creen en la divinidad de ningún hombre, contemplarán finalmente la plena divinidad de su propio ser.

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