Nació en Serampore. Su nombre de familia era Priya Nath Karar. Sus padres se llamaban Kshetranath y Kadambini Karar. El padre era un rico hombre de negocios y le dejó una mansión ancestral, la cual convirtió en su ermita. Cuando su padre murió el era tan solo un niño y tuvo la responsabilidad de administrar las propiedades familiares.
Aunque sus estudios formales fueron escasos, (los encontraba lentos y superficiales, y no satisfacían su insaciable sed de conocimientos), es venerado como un Guianavatar “encarnación de la sabiduría”. Al comienzo de la edad adulta asumió las responsabilidades de un hombre de familia y tuvo una hija. Su Maestro fue Lahiri Mahasaya. Después de la muerte de su esposa ingresó en la Orden de los Swamis y recibió el nombre de Sri Yukteswar Giri.
Yogananda nos cuenta, en su libro Autobiografía de un Yogui, como era la vida diaria en el ashram para los discipulos de Sri Yukteswar:
En el ashram la vida diaria fluía suavemente, sin apenas cambios. Mi gurú se despertaba antes del amanecer. Echado o a veces sentado en la cama, entraba en el estado de samadhi. Era la simplicidad misma darse cuenta de cuándo se había despertado el Maestro: Detención brusca de estupendos ronquidos. Una o dos señales; quizá un movimiento corporal. Después el silencioso estado sin respiración: estaba en el profundo gozo yóguico.
El desayuno no se tomaba a continuación; antes venía un largo paseo por el Ganges. ¡Qué reales y vívidos todavía aquellos paseos matutinos con mi gurú! Gracias a la fácil resurrección de la memoria, con frecuencia me encuentro a su lado: el primer sol calienta el río. Suena su voz, enriquecida por la autenticidad de la sabiduría.
Un baño; después la comida del mediodía. Su preparación, según las directrices diarias del Maestro, era la cuidadosa tarea de los discípulos jóvenes. Mi gurú era vegetariano. No obstante, antes de ingresar en el monacato tomaba huevos y pescado. Su consejo a los estudiantes era que siguieran una dieta sencilla adecuada a la constitución de cada uno.
El Maestro comía poco; a menudo arroz coloreado con cúrcuma o zumo de remolacha o espinacas ligeramente rociado con ghee de búfalo o mantequilla fundida. En otras ocasiones podía tomar dhal de lentejas o curry de channa con verduras. De postre mangos o naranjas con pudín de arroz o zumo de jackfruit).
Los visitantes venían por la tarde. Una tormenta regular descargada por el mundo en la tranquilidad de la ermita. Todos encontraban en el Maestro la misma cortesía y amabilidad. Para un hombre que se comprende a sí mismo como alma, no como un cuerpo o un ego, el resto de la humanidad asume una sorprendente similitud de aspecto.
La imparcialidad de los santos tiene sus raíces en la sabiduría. Los Maestros han escapado de maya; sus alternos rostros de inteligencia o idiotez ya no proyectan una mirada que influya en ellos. Sri Yukteswar no mostraba especial consideración por quienes tenían poder o éxito; ni despreciaba a otros por su pobreza o analfabetismo. Escucharía respetuosamente las palabras veraces de un niño e ignoraría abiertamente a un vanidoso pundit.
La cena era a las ocho y a veces encontraba a visitas que todavía no se habían marchado. Mi gurú no se hubiera permitido comer solo; nadie se iba del ashram hambriento o insatisfecho. Sri Yukteswar no se sentía nunca perdido o consternado ante visitantes inesperados; bajo su iniciativa surgía un banquete con unos pocos alimentos. Pero economizaba; sus modestos fondos daban para mucho. “Vive cómodamente dentro de tus posibilidades”, decía a menudo. “Las extravagancias te crearán incomodidad”. Ya fuera en los detalles de entretenimiento en la ermita o en los trabajos de construcción y reparación de ésta o en otros asuntos prácticos, el Maestro ponía de manifiesto la originalidad del espíritu creativo.
Las tranquilas horas del anochecer con frecuencia traían uno de los discursos de mi gurú, tesoros que resisten el paso del tiempo. Sus palabras estaban medidas y talladas por la sabiduría. Una sublime seguridad en sí mismo marcaba su forma de expresión: era única. Hablaba como nadie que yo haya conocido. Sus pensamientos eran pesados en una delicada balanza de discernimiento antes de concederles un atuendo externo. La esencia de la verdad, penetrante incluso en el aspecto fisiológico, salía de él como una fragante emanación del alma. Yo era siempre consciente de estar en presencia de una manifestación viva de Dios. El peso de su divinidad inclinaba automáticamente mi cabeza ante él.
Si los invitados de última hora se daban cuenta de que Sri Yukteswar estaba absorbiéndose en el Infinito, rápidamente los hacía intervenir en la conversación. Era incapaz de sostener una pose o de alardear de su interiorización. Siempre uno con el Señor, no necesitaba un tiempo especial para la comunión. Un maestro autorrealizado ya ha dejado atrás el trampolín de la meditación. “Las flores caen cuando aparece el fruto”. Pero con frecuencia siguen fieles a las formas espirituales para estímulo de los discípulos.
Al acercarse la medianoche, mi gurú podía caer dormido con la naturalidad de un niño. No había grandes problemas con la cama. A menudo se acostaba, sin almohada siquiera, en un estrecho sofá cama que ocupaba el segundo lugar tras su habitual asiento de piel de tigre.
No eran raras las largas discusiones filosóficas nocturnas; cualquier discípulo podía provocarlas gracias a un vivo interés. Entonces yo no sentía el cansancio, ni el deseo de dormir; las palabras vivas del Maestro eran suficientes. “¡Oh, está amaneciendo! Vamos a pasear por el Ganges”. Así terminaron muchos de mis momentos de instrucción nocturna.
Autobiografía de un yogui
Sri Yukteswar le conto a Yoganana un encuentro que tuvo con Mahavatar Babaji en una Kumbha Mela, (feria religiosa, que se celebra en la India desde tiempo inmemorial):
“‘Tú, Swamiji, tienes un papel que jugar en el venidero intercambio armonioso entre Oriente y Occidente. Dentro de algunos años te enviaré un discípulo al que puedes preparar para la difusión del yoga en Occidente. Las vibraciones de muchas almas que buscan la espiritualidad, llegan en avalanchas hasta mí. Percibo santos potenciales en América y Europa que esperan ser despertados’”.
En este momento de la narración, Sri Yukteswar me miró fijamente.
“Hijo mío”, dijo sonriendo a la luz de la luna, “tú eres ese discípulo que, hace años, Babaji prometió enviarme”.
Autobiografía de un yogui
En este mismo encuentro Babaji le pidió a Sri Yukteswar que escribiera un libro para demostrar con citas paralelas que las escrituras cristianas e hindúes han dicho las mismas verdades:
“‘Swamiji, deseo pedirte que por favor emprendas otra tarea’, dijo el gran maestro. ¿Quieres escribir un pequeño libro sobre la unidad básica que subyace en las escrituras cristianas e hindúes? Muestra con citas paralelas que los hijos de Dios inspirados han dicho las mismas verdades, oscurecidas hoy por las diferencias sectarias de los hombres’.
Autobiografía de un yogui
Sri Yukteswar escribió ese libro y lo titulo: «la ciencia sagrada».
Sri Yukteswar era de carácter práctico y reservado. En él no había nada vago o tontamente visionario. Tenía los pies firmemente en la tierra, la cabeza en el refugio celestial. La profunda realización de Sri Yukteswarji, inspiraró a Swami Yogananda a cruzar el océano y expandir por América el mensaje de los maestros de la India. Sus interpretaciones del Bhagavad Gita y otras escrituras, dan testimonio del profundo dominio que Sri Yukteswarji tenía de la Filosofía, tanto oriental como occidental, y permanen como una revelación de la unidad entre Oriente y Occidente.
A los 81 años de edad Sri Yukteswar dejo su cuerpo. La India se empobrece con la defunción de un maestro de semejante talla.
“¿A dónde se ha ido el sabio divino?”. Lloraba silenciosamente desde la profundidad de un espíritu atormentado.
No obtenía respuesta.
“Que el Maestro haya completado su unión con el Amado Cósmico es lo mejor que pudo pasar”, me aseguraba la mente. “Está brillando eternamente en los dominios de la inmortalidad”.
“Nunca volverás a verle en la gran casa de Serampore”, se lamentaba mi corazón. “Nunca más llevarás a tus amigos a conocerle o dirás con orgullo: “¡Mirad, éste es el Jnanavatar de la India!”.
Paramhansa Yogananda, Autobiografía de un yogui